Por Andrea Baranes, director de Fundazione Finanza Etica
Mientras conducís tranquilamente, un automóvil a toda velocidad os enviste de pleno. Se descubre que el conductor estaba totalmente borracho. Policía e instituciones aseguran que pagará y que se introducirán normas para acabar con la conducción temeraria. Sin embargo, después de unos meses, no solo el responsable no está en prisión, sino que se pasea tranquilamente con su coche, que ha sido reparado con dinero público.
Por otra parte, nadie os ha resarcido económicamente por los daños sufridos. Estáis sin coche, y descubrís que os han aumentado las tasas porque después del accidente tienen que rehacer a vuestra costa el asfalto de la carretera. Además, el Estado decide dar incentivos para la compra de automóviles, pero solamente para aquellos que han provocado accidentes conduciendo borrachos. Finalmente, las únicas nuevas normas del código de circulación son prohibiciones para los ciclistas, mientras que en vuestro barrio organizan un encuentro de conductores borrachos con el patrocinio del Ayuntamiento.
Surrealista, ¿verdad? Reflexionemos un poco sobre lo que sucedió, hace exactamente diez años, cuando Lehman Brothers anunció su quiebra en el momento más dramático y emblemático de la crisis. Ríos de tinta para denunciar las responsabilidades del casino financiero, solemnes promesas de las instituciones de intervenir de manera rápida y rigurosa. Sin embargo, ninguno de los responsables ha sido condenado, mientras que los bancos han sido salvados con montañas de dinero público; la crisis ha provocado daños enormes a la economía en su conjunto y, en particular, a los segmentos más vulnerables de la población, junto con un vergonzoso aumento de las desigualdades.
Aparte de los rescates, los mercados han sido inundados con liquidez. Más de 11.000 billones de dólares de los bancos centrales de los Estados Unidos, Japón y Europa. Recursos que en su mayor parte se quedan atascados en circuitos financieros cuando no especulativos, sin llegar a la economía real.
Entretanto, las nuevas normativas afectan en su mayor parte a la actividad crediticia de los bancos. Prácticamente nada sobre las propuestas para contrarrestar la economía de casino, desde la tasa sobre las transacciones financieras hasta la separación entre bancos comerciales y bancos de inversión, entre otras.
Este combinado de exceso de liquidez y ausencia de normas se traduce en una disgregación cada vez más amplia entre los valores de la actividad financiera y los valores fundamentales de la economía: es decir, la definición de una nueva burbuja. Hoy su estallido no parece cuestión de “si”, sino de “cuándo y cómo”. En muchos sentidos, estamos en una situación incluso peor que en el 2007: las bolsas en máximos, así como los sueldos de los altos directivos; bancos too big to fail aún más grandes; instrumentos financieros cada vez más complejos y desvinculados de la realidad. Todo esto mientras cuentas públicas y economía todavía se resienten de las cicatrices del último desastre.
En este escenario desolador, el aspecto más preocupante no es tanto financiero como cultural. Sorprendentemente se ha puesto otra vez de moda la idea de que solo una actividad financiera libre de condiciones podría impulsar la economía. Los lobbies financieros levantan la cabeza y vuelven a pedir sin ninguna vergüenza la supresión de normas y controles.
Por todo ello, tenemos que activar un “contralobby” para un cambio radical de rumbo. Partiendo de denunciar la ausencia de coraje y de iniciativa política de estos años. Sobre estas bases, las redes de la sociedad civil europea han decidido lanzar la campaña Change Finance para organizar acciones e iniciativas en toda Europa con motivo de los diez años de la quiebra de Lehman Brothers.
Si hay algo nuevo respecto a hace diez años, si hay una señal de esperanza, es justamente en este compromiso, en la concienciación de sectores cada vez más amplios de la sociedad, de redes y organizaciones. Personas que se interrogan sobre el uso que se hace de su dinero, que participan y que se hacen preguntas.
Ahora más que nunca este compromiso es necesario. Somos nosotros quienes tenemos que entrar en juego y cambiar las cosas. Porque no podemos esperar de forma pasiva a la próxima crisis y sus consecuentes desastres; porque no queremos aceptar un sistema que privatiza los beneficios y socializa las pérdidas; porque queremos una actividad financiera que esté al servicio de la economía y de las personas, y no al revés.
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