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Ahora sí que se nos ha acabado el tiempo

Andrea Barolini, de la redacción de Valori.it, analiza los resultados de la Cop26 que ha finalizado hace poco en Glasgow, relata el papel de las finanzas convencionales en las negociaciones y explica cómo las grandilocuentes declaraciones esconden compromisos que aún son insuficientes.

Los 196 gobiernos que han participado en la Vigesimosexta Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre el Clima, la Cop26 de Glasgow, han tenido el mérito de indicar un camino. Pero lo han hecho manteniendo casi la misma postura y jugando, de hecho, a la defensiva. En vez de atacar la crisis climática con medidas inmediatas y drásticas, como lo viene pidiendo la comunidad científica hace años, se han limitado a hacer política a pasitos.

En el transcurso de las reuniones informales, así como durante la última asamblea plenaria, muchas delegaciones manifestaron una profunda desilusión. Empezando por la de los países más pobres y vulnerables que se enfrentan al impacto del cambio climático (del que, por cierto, solo tienen una mínima parte de responsabilidad): si la batalla para nosotros/as marca la diferencia entre una crisis y una catástrofe climática, para ellos es cuestión de vida o muerte. Algunos países, especialmente los pequeños estados insulares del Pacífico, sencillamente corren el riesgo de desaparecer del mapa.

Sobre todo dos cuestiones han dejado en Glasgow la sensación clara de que se ha perdido una ocasión: la del carbón y la de las subvenciones gubernamentales concedidas a las fuentes fósiles. Lo sucedido ya es notable: ante el primer borrador del texto, difundido a primera hora del miércoles, 10 de noviembre, muchas personas ponían los ojos en blanco al leer la palabra phase-out (eliminación gradual) junto a la de coal (carbón). De igual manera, se hablaba de dejar de financiar con fondos públicos no solo las fuentes de energía más dañinas para el clima, sino también el petróleo y el gas. No obstante, en los borradores sucesivos de la cover decision de la Cop26 se comenzó a especificar que la eliminación gradual se refería solo al carbón inalterado, es decir, a aquellas instalaciones que no hubieran añadido un sistema de recuperación del CO2 emitido. Y respecto a las subvenciones, se decidió limitar la eliminación a aquellas fuentes de energía definidas como «ineficaces», término abierto a las más amplias interpretaciones.

Sin embargo, esto no bastaba para satisfacer a quienes defienden las fuentes fósiles, que desenvainaron la espada en el último minuto de la última reunión. El golpe lo asestó India, pero no se puede negar que Estados Unidos, China y Australia también apoyaron -o por lo menos, no obstaculizaron- el movimiento del delegado de India, que solicitó cambiar phase-out (eliminación gradual) por phase-down (reducción gradual). Una sola palabra que priva de significado a todo el párrafo. Además, se trataba de un auténtico todo o nada, con las negociaciones ya en tiempo de descuento. Por otra parte, la Cop26 se vio literalmente invadida por la industria de los combustibles fósiles, que reunió a un grupo de presión de 503 miembros para abogar por la causa del carbón, el petróleo y el gas. Ningún país envió tantas personas a Glasgow. La segunda delegación más nutrida fue la Brasil, con 497 personas.

Como si esto no fuera suficiente, durante la Cop26 se negó a los países más vulnerables la aprobación de un mecanismo de indemnización por los daños y perjuicios sufridos. Lo había propuesto el G77, China incluida, y el grupo más pequeño de estados insulares (Aosis). Y no fue suficiente que juntos representaran a 6.000 millones de personas.

Sigue siendo positivo el hecho de que se haya citado por primera vez la necesidad de superar gradualmente el carbón en un documento final de una Cop. También ha sido positiva la decisión de revisar ya en 2022 las CDN (Contribuciones Determinadas a nivel Nacional), las promesas de reducción de las emisiones que hizo cada gobierno. Y es que las que se han enviado por el momento llevarían el calentamiento global mucho más allá de los objetivos fijados en el Acuerdo de París. Así, la esperanza de limitar el aumento de la temperatura media global a 1,5 grados centígrados respecto de los niveles preindustriales para finales de siglo sigue viva, aunque es verdad que pende de un hilo. Y es ciertamente poco comparado con las expectativas.  Pero, por lo menos, la Cop27 de Egipto y la Cop28 (probablemente en los Emiratos Árabes Unidos) no serán inútiles.

En este contexto, las finanzas también llegan con retraso. Sabemos que, según un estudio de Accenture, solo el 5% de las empresas que cotizan en los principales índices de bolsa europeos está haciendo lo necesario para conseguir el objetivo de la neutralidad del carbono (la consecución de cero emisiones netas de CO2) para 2050. También sabemos que solo una empresa cotizada de cada diez está alineada con el objetivo de los 1,5 grados. Sabemos además que 60 grandes bancos han concedido a empresas de fuentes fósiles la estratosférica cifra de 3,8 billones de dólares entre 2016 y 2020. Y según una encuestra realizada por la asociación Alternative Investment Management Association sobre 100 fondos de alto riesgo (fondos especulativos), la mayor parte de los mismos saben que se impondrán normas ASG más restrictivas que las estándar. Pero dos tercios de dichos fondos no tienen ni una sola persona en su equipo dedicadaa a afrontar la cuestión.

A la vista de todo esto, ¿cómo se ha presentado el sector en la Cop26? La imagen más clara la ha proporcionado la activista sueca Greta Thunberg, que abandonó una mesa redonda organizada por las compañías Shell y British Petroleum junto con el banco inglés Standard Chartered, lanzando la acusación: «¡Esto es solo blanqueo ecológico!». O, como mínimo, una hábil operación de comunicación. Como aquella de los «130 billones de dólares dedicados a la neutralidad de carbono», anunciados por más de 450 entidades de crédito y grandes inversores en el marco de la alianza financiera Glasgow Financial Alliance for Net Zero (GFANZ). Cosa que, si fuera verdad, habría resuelto todos los problemas de un solo golpe.

La realidad es que, en contra de la lectura evidentemente demasiado rápida que proporcionó buena parte de la prensa internacional, la cifra expuesta no corresponde a los capitales listos para ser empleados en la transición ecológica, sino a los activos gestionados por los miembros de la GFANZ. Aún más, como subraya el diario económico francés Les Echos, el total está sobrestimado, porque incluye duplicados en los cómputos, sumando entidades del mismo grupo más de una vez. De igual modo, la iniciativa Net Zero Asset Managers (NZAM) ha acogido 92 miembros nuevos, llegando a un total de 220 (y 57,400 billones de dólares gestionados). Pero solo 43 han publicado objetivos intermedios en el marco de la reducción a cero de las emisiones netas para 2050. Y de estos, solo 11 han adoptado objetivos climáticos para el conjunto de sus negocios. Incluso un gestor adherido a la NZAM ha asignado solo el 1,26% de sus activos a la neutralidad de carbono.

Nuestro planeta, en suma, es como un vehículo lanzado a 150 kilómetros por hora contra un muro que, en vez de frenar en seco, sigue aumentando la velocidad. En Glasgow nos hemos contentado con acelerar un poco menos rápido.  En las conferencias próximas, o se decide finalmente liderar una revolución –y para hacerlo también serán necesarios los capitales del sector financiero– o nos condenaremos a asistir a una catástrofe.